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ABM octubre 2025

Nº 360 Octubre 2025

ABM octubre 2025

Nº 360 Octubre 2025
Entrevista

Almudena Ariza

Una apuesta por la memoria, la verdad y la dignidad.

Almudena Ariza

Almudena Ariza es una de las voces más reconocidas y respetadas del periodismo español. Con una trayectoria que abarca más de tres décadas, ha sido testigo directo de algunos de los acontecimientos más relevantes del panorama internacional: guerras, desastres naturales, crisis humanitarias y transformaciones sociales. Desde sus corresponsalías en Nueva York, París o Pekín, ha narrado el mundo con rigor, sensibilidad y una mirada profundamente humana.Actualmente se encuentra en la corresponsalía de Colombia.

 

En esta entrevista, Ariza reflexiona sobre la evolución del periodismo, el papel de la mujer en los medios, y su reciente incursión en el formato podcast, donde ha encontrado una nueva forma de contar historias que merecen ser escuchadas. Desde el relato del exguerrillero Víctor Díaz Caro en El Guerrillero, hasta el estremecedor testimonio de Raúl Incertis en Vivir y Morir en Gaza, sus proyectos son una apuesta por la memoria, la verdad y la dignidad.

 

Educación y vocación: ¿Cómo descubrió que quería ser periodista y qué la sigue motivando hoy?

 

En realidad, mi primera vocación fue la música. Me veía viajando por el mundo con la guitarra flamenca y clásica, que era lo que estudiaba y a lo que quería dedicarme. Pero en mi casa siempre hubo grandes comunicadores: mi abuela, mi madre… y yo, aunque era muy tímida, descubrí pronto que tenía facilidad para contar. En el colegio me elegían para leer poesías, para recitar o incluso para hablar en la Comunión, aunque hubiera niños mucho mayores. Sentía un poder especial al transmitir. Con 17 años llegué casi por casualidad a la radio y allí encontré mi lugar: delante de un micrófono me sentía cómoda, porque podía dirigirme a mucha gente sin ver sus caras. Esa sensación de conexión me marcó para siempre. Y eso sigue siendo lo que me motiva hoy: poder contar historias que importan y llegar a quienes quizá, de otro modo, nunca escucharían esas voces.

 

Desde que comenzó su carrera como periodista, ¿cómo ha cambiado su visión del oficio? ¿Qué valores siguen intactos y cuáles han evolucionado con el tiempo?

 

El periodismo se ha transformado profundamente. La tecnología lo ha cambiado todo: ahora tenemos acceso inmediato a imágenes, datos, testimonios… y podemos llegar a la audiencia de forma directa, sin intermediarios. Al mismo tiempo, la presión de la inmediatez ha aumentado y el trabajo es mucho más exigente. Lo que permanece intacto es la esencia: el rigor, la ética, la humanidad. Contar lo que pasa de la manera más fiel posible, sin olvidar que detrás de los titulares siempre hay personas. Lo que sí ha evolucionado es mi conciencia de que informar no basta: tenemos que contextualizar, ayudar a comprender procesos complejos y combatir activamente la desinformación.

 

Ha cubierto conflictos, desastres naturales y momentos históricos desde distintos rincones del mundo. ¿Qué cobertura le ha marcado profundamente y por qué?

 

Son muchas. El 11S me impactó especialmente porque era una ciudad que conocía bien y donde había vivido; fue mi primera gran cobertura internacional. Después vinieron los tsunamis de Indonesia y Japón, con cientos de miles de muertos; guerras como Irak o Afganistán, mis primeras coberturas bélicas; el terremoto de Haití, también devastador. En Asia recorrí China y el Pacífico; en EE. UU., la llegada de Trump a la presidencia; en Europa, la guerra de Ucrania. Y, por supuesto, Oriente Medio, que me ha dolido de forma especial. Cada una ha tenido su dureza y sus particularidades, pero en Ucrania empecé a sentir algo nuevo: el negacionismo. Hasta entonces pensaba que bastaba con estar, documentar y contar lo que veías. Pero en Bucha, por ejemplo, me acusaron de que los cadáveres en la calle habían sido “colocados” para acusar a Rusia. En Siria ocurrió lo mismo: si la realidad no encaja con ciertas ideologías, se niega y se ataca al mensajero. Y lo he vuelto a sentir en Gaza, cubriendo desde Israel: la frustración de no poder entrar y, al mismo tiempo, el choque de estar en una sociedad que niega lo que ocurre al otro lado de la frontera. Ese cuestionamiento constante de la verdad, esa difusión de bulos incluso desde medios o políticos, es quizá lo que más me ha marcado en los últimos años. Porque cambia el sentido del periodismo: ya no basta con contar, hay que luchar para que la realidad no sea borrada o deformada.

 

¿Cómo ha cambiado el papel de la mujer en el periodismo desde sus inicios hasta hoy? ¿Siente que aún hay barreras por derribar?

 

Ha habido un cambio enorme. Cuando yo empecé, las corresponsalías internacionales y las coberturas de guerra estaban dominadas por hombres. Hoy hay muchas más mujeres en primera línea, y eso ha transformado la mirada del periodismo. Pero todavía existen barreras: la maternidad sigue penalizando más a las mujeres, los techos de cristal permanecen en muchas redacciones y aún hay que demostrar constantemente que estamos preparadas para escenarios de máxima tensión. El camino recorrido es grande, pero no suficiente.

 

¿Qué retos enfrentaba como mujer periodista en sus primeros años, y cómo los compara con los que enfrentan las nuevas generaciones?

 

Al principio el reto era abrirse paso en redacciones muy masculinas, donde debías trabajar el doble para ser tomada en serio. Había que demostrar coraje, determinación y capacidad en cada cobertura, y muchas veces compaginarlo con la maternidad, que hacía la carrera aún más cuesta arriba. Hoy las nuevas generaciones se enfrentan a desafíos distintos: la precariedad laboral, la falta de estabilidad y, sobre todo, el acoso digital. Muchas jóvenes reciben insultos, amenazas o campañas de desprestigio simplemente por ejercer su trabajo. Son retos diferentes, pero igual de duros y exigentes.

 

¿Cree que el periodismo actual ha perdido profundidad frente a la inmediatez de las redes sociales? ¿Cómo se puede recuperar el valor de la narración pausada?

 

Sí, la inmediatez muchas veces devora la profundidad. Se prioriza el tuit rápido, el titular impactante, la exclusiva inmediata… y eso debilita el análisis. Pero al mismo tiempo hay un público cada vez más interesado en el periodismo que cuenta con calma, que contextualiza, que narra con detalle. La clave es combinar: ser rápidos cuando la actualidad lo exige, pero crear espacios —reportajes, documentales, podcasts— donde las historias respiren y se entiendan en toda su complejidad. Ahí está el valor añadido del periodismo.

 

Periodismo en contextos autoritarios: ¿Qué desafíos ha enfrentado al informar desde países con restricciones a la libertad de prensa?

 

Los desafíos son múltiples. Están las restricciones legales, la censura, la prohibición de cubrir ciertos temas, la revocación de permisos que pueden acabar con tu expulsión inmediata del país. He trabajado en lugares donde el simple hecho de informar te expone a espionaje, hackeos, vigilancia constante o presiones que llegan no solo desde el poder, sino incluso desde la calle. También está la propaganda oficial, la desinformación deliberada y la imposibilidad de confiar en las versiones del poder. A eso se suma la autocensura: muchos periodistas limitan lo que publican para sobrevivir, para proteger a colegas, a familiares o para no perder su trabajo. Y, en paralelo, las restricciones tecnológicas: bloqueos de internet, páginas prohibidas a las que solo accedes con VPN. Yo lo he vivido en lugares como Israel, donde informar implica enfrentarte no solo al control estatal, sino también a una sociedad muy permeada por la propaganda. Todo esto hace que el trabajo sea una lucha constante por contar la verdad en condiciones de enorme hostilidad.

 

En los últimos años ha colaborado con la productora Yes We Cast en varios podcasts. ¿Qué le atrae de este formato como nueva forma de contar historias?

 

El podcast me devuelve a lo esencial: la narración oral, la palabra hablada. Es íntimo, directo, casi artesanal. Permite una conexión diferente con la audiencia, porque le hablas al oído, sin prisa, sin los límites de tiempo que tiene la televisión. Eso me da libertad para explorar historias con calma, con matices, y dar espacio a voces que quizá en otros formatos quedarían silenciadas.

 

¿Qué libertad narrativa encuentra en el podcast que quizás no tenía en televisión? ¿Le ha permitido explorar temas de otra manera?

 

Totalmente. En televisión todo pasa por la imagen, y muchas veces la historia queda subordinada a lo visual. En el podcast, en cambio, la voz, el sonido ambiente, los silencios cobran un poder inmenso. Eso me permite entrar en lo emocional, en lo sensorial, en los matices que no siempre se ven en pantalla. También me da margen para experimentar con estructuras narrativas más libres, donde lo importante no es tanto el ritmo informativo, sino la experiencia de escucha. Esa libertad es lo que hace que el podcast sea hoy un formato tan poderoso para contar historias.

 

El podcast “El Guerrillero” cuenta la historia de Víctor Díaz Caro, un antiguo guerrillero del FPMR, y ha tenido gran repercusión. ¿Qué le llevó a elegir esta historia y qué buscaba transmitir al contarla en formato sonoro?

 

Me atrajo la complejidad del personaje. Víctor pasó de la violencia armada a la reinserción, arrastra contradicciones, heridas y cicatrices. Es una vida atravesada por preguntas difíciles, y yo quería mostrar esa trayectoria sin juzgar, dejando que fuera su propia voz la que guiara el relato. El formato sonoro era ideal para ello: su testimonio, sus silencios, sus inflexiones transmitían más que cualquier imagen. Lo que buscaba era que el oyente pudiera escuchar sin filtros y sacar sus propias conclusiones.

 

Acaban de presentar “Vivir y Morir en Gaza”, un podcast coproducido con RTVE donde Raúl Incertis narra su experiencia como anestesista en hospitales de la Franja. ¿Qué esperan conseguir con este proyecto? ¿Cómo se aborda el reto de contar una historia tan dolorosa?

 

Queremos que la gente comprenda qué significa estar atrapado bajo las bombas, con hospitales colapsados y sin apenas recursos, mientras cada día llegan centenares de heridos. Raúl grabó más de mil archivos de audio y vídeo que documentan, en primera persona, lo que estaba ocurriendo: los bombardeos, la falta de material médico, los quirófanos improvisados, el cansancio extremo de los equipos sanitarios y la angustia de los pacientes y sus familias. Es un testimonio único porque no está mediado por la mirada del periodista, sino contado desde dentro, por alguien que lo vivió mientras intentaba salvar vidas. El reto fue ordenar ese material y construir un relato que fuera fiel al dolor de lo vivido, pero también a la dignidad de quienes resisten en medio de tanta destrucción. Porque lo que transmite el podcast no es solo sufrimiento: también habla de humanidad, de solidaridad, de la capacidad de mantenerse en pie cuando todo se derrumba alrededor. Lo que buscamos con este proyecto es generar empatía y memoria. Que quienes lo escuchen puedan ponerse en la piel de esas personas, que no sean cifras anónimas, sino rostros y voces concretas. Que quede constancia de lo que ocurrió, para que no pueda negarse ni olvidarse. En un tiempo en el que el sufrimiento se consume como un titular más, queríamos ofrecer una narración que invite a detenerse, a escuchar y a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como sociedad frente a ese genocidio.

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