Hace unos días me dispararon. Apuntaron al corazón.
Era una mañana como cualquier otra, esto es, frenética, de ritmo poderosoy de agenda "apretá" y con paso ligero me dirigia a una reunión cuando cruzé mi camino con el de una persona a la que le tengo mucho cariño y consideración. Fué entonces cuando en medio de una conversación casi de ascensor por aquello de que el tiempo me apermiaba, me preguntó (y utilizo el estilo directo porque porque entiendo que así es más realista) "¿y a tus hijos los ves?". Certero. Brutal. Demoledor. Mi suerte fue que llevaba puesto mi chaleco antibalas, de lo contrario hubiera resultado herida de muerte.
El chaleco lo tejí a fuerza de aprender a gesionar un enorme sentimiento de culpa que intuyo que portamos de serie todas las mujeres/madres/esposas/hijas que seguimos peleando por aquella quimera de un día nos vendieron y que se llama conciliación.
Y me costó mucho esfuerzo y mucho cariño hacia mí misma aprender a no sentirme la peor mujer en todas las facetas, especialmente la de madre. A a quella pregunta contesté a lo gallega, es decir, preguntando "si yo fuera mi marido, ¿me harias esa pregunta?
Sinceramente, ya no atendía a su respuesta torpe. No me interesaba lo más mínimo.
Tengo la sensación de que las mujeres nos somos conscientes de un fenómeno que se ha ido abriendo paso en medio de toda esta revolución feminista. Estamos tan ocupadas reivindicando, levantando losas, cargando mochilas, reventando techos de crista, aminorando brechas, peleando reconociminetos, desterrando espereotipos, sacando brillo a la visibilidad, colonizando puestos de responsabilidad y accediendo a lugares históricamente inaccesibles para nosotras, que no nos hemos percatado de que algo realmente precioso ha florecido.
Ahora nos sentimos todas cómplices. Miramos a nuestro alrededor y nos vemos enemigas ni nos escaneamos con el recelo propio de llos malditos prejuicios o la desconfianza. Hemos erradicado el discurso aquel tan trasnochado de que las mujeres somos nuestras peores enemigas. Hemos dejado de s er unas harpías para con nosotras mismas. Nos ayudamos a brillar porque somos conscientes de que una luz no apaga a otra,
Y no, no vamos se superheroínas porque no lo pretendemos ser. Y ya empezamos a estar cansadas de que a nosotras, y nunca a ellos, se nos pregunte de dónde sacamos el tiempo para compatizar tantas actividades o proyectos. Y no, ya no nos sentimos culpables por todo porque hemos dejado de autoexigirnos hasta límites inhumanos. y no, no vamos a renunciar a nada.
Y si, a mis hijos los veo y me ocupo y me preocupo de que el dia de mañana los dos (ni él ni ella) tengan que escuchar preguntas como esa.
por Elena Serrallé.